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  • Foto del escritorSANTA BARBARA

SIRENA


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Lo fascinante de algunos personajes mitológicos, como son las sirenas, es cómo a lo largo de todo el mundo han sido representadas en diferentes culturas ancestrales sin que hubiese conexión entre ellas. Traslademonos a miles de años atrás, sin todos los avances de los que hoy disponemos, como es posible que nos encontremos con su aparición en la antigua Grecia y a su vez en la cultura china? ¿Existieron? Hasta ahora, no se ha podido probar su existencia, pero su presencia en los relatos de varios continentes y culturas hace que nos lo preguntemos con seriedad.

Hablemos de su origen, su simbolismo y cómo se formó el arquetipo de la sirena que actualmente conocemos.

Las sirenas griegas eran diferentes a la imagen actual que tenemos de ellas. Solían aparecer representadas con el cuerpo de un ave grande, pero con cabeza y cuello de mujer. No destacaban por su belleza, pero con su irresistible canto, hechizaban a los marineros incautos y los atraían hacia su muerte.

Las palabras «sirena» y «siren» vienen del griego antiguo seirén, que según Carlos García Gual, parece estar relacionada con la palabra seirá, que significa «soga». El nombre de las sirenas, por tanto, podría interpretarse como «las que atan», pues ataban a sus presas con el lazo de su voz y de su música.

Las sirenas de los mitos griegos eran hijas de Aqueloo y dependiendo de la versión del mito, la madre podía ser Tepsícore, Melpómene o Calíope.

Estaban relacionadas con la muerte. Se decía que en un principio habían sido compañeras de Perséfone (luego reina del inframundo) a la que acompañaban con sus cantos.

Después de que Perséfone fuera raptada por el dios Hades, fueron convertidas en seres mitad pájaro. He de ahí el origen de las sirenas según los mitos griegos.

En la Odisea de Homero, el texto griego más antiguo que se conserva, nos cuenta que la nave de Ulises, el héroe astuto pero a la vez prudente y curioso, mandó a sus marinos que se taparan los oídos con cera y él se hizo amarrar fuertemente al mástil ordenando que nadie lo desatase por muy insistentes que fueran sus ruegos (como así fue), pero esta estrategia fue la que lo salvó de caer en sus redes.

También nos dice que es lo que cantaban: no prometían amor ni placeres sensuales a sus víctimas, sino sabiduría.

Las sirenas son también símbolo del deseo en su aspecto más doloroso que lleva a la autodestrucción, pues su cuerpo anormal no puede satisfacer los anhelos que su canto y su belleza despiertan.

Parecen representar especialmente las tentaciones dispuestas a lo largo del camino de la vida (navegación) para impedir la evolución del espíritu encantándolo y deteniéndolo en una isla mágica que representaría la muerte prematura.

Si se compara la vida a un viaje, las sirenas representan las emboscadas nacidas de los deseos y las pasiones, de las creaciones de lo inconsciente donde se dibujan las pulsiones oscuras y más primitivas del ser humano.

Es preciso aferrarse como Ulises a la dura realidad del mástil situado en el centro del navío -lo cual representa el eje vital del espíritu-, para defenderse y no caer arrastrado por las ilusiones de la pasión desatada que despiertan las sirenas.

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Por influencia de Egipto, que representaba el alma de los difuntos en forma de pájaro con cabeza humana, la sirena se ha considerado como el alma del muerto que ha errado su destino y se transforma en vampiro devorador. Sin embargo, aun siendo genios perversos y divinidades infernales, las sirenas se han transformado en divinidades del más allá, que encantan con la armonía de su música a los bienaventurados que alcanzan las Islas Afortunadas, y con este aspecto están representadas en algunos sarcófagos; pero lo que más ha prevalecido en la imaginación tradicional de las sirenas es el simbolismo de su seducción mortal asociada al engaño, a la distracción de lo que es la verdadera meta, lo cual nos puede llevar a la muerte espiritual.

En el lejano Oriente, las sirenas ocupan un lugar importante en el folclore chino. La leyenda de la sirena está muy arraigada en la cultura marítima. Se creía que estas criaturas eran capaces de predecir desastres, guiar a los marineros perdidos e incluso otorgar buena fortuna. La sirena en la cultura china encarna la armonía entre los humanos y la naturaleza, simbolizando la conexión mística con el mar.

En las leyendas medievales, los cristianos asociaron a las sirenas con la tentación carnal y el pecado femenino. La seducción en la mujer estuvo mal vista desde la antigüedad y a la vista está que las sirenas fueron demonizadas y fueron representadas como espíritus malignos y sanguinarios del mar que utilizaban la seducción para devorar a los marineros.

En todo el norte de Europa, prevalecían los cuentos de sirenas. En el folclore escandinavo, las "selkies" eran criaturas que cambiaban de forma y podían transformarse de focas en hermosas doncellas. A menudo se los consideraba seres benévolos, que traían suerte a los pescadores y, en ocasiones, se casaban con humanos. Las selkies representan la dualidad de la naturaleza y el anhelo de amor y compañerismo.

En las Américas, la tradición de las sirenas toma varias formas. Las tribus nativas americanas, como Haida y Tlingit, tienen historias de "mujeres marinas" que poseían la capacidad de transformarse en criaturas marinas. En el folklore caribeño, "La Sirene" o "Mami Wata" es un espíritu del agua asociado con la belleza, la riqueza y la fertilidad. Estas representaciones resaltan la conexión entre las sirenas y el océano como fuerza dadora de vida.

A raíz del éxito de Disney, La sirenita, se ha instalado su versión más benévola en el imaginario popular. No obstante, el éxito estrenado en 1989 es una adaptación del cuento del autor danés Hans Christian Andersen publicado en 1837, mucho más oscuro y triste. Disney lo endulzó y musicalizó, presentándonos una versión mucho más amable.

Con esta pieza queremos reivindicar la libertad de la mujer para seducir y ser seductora, sin ser demonizada o castigada por ello y el derecho a, una vez más, caer en el pecado y sucumbir a la tentación sin temor.


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